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Capítulo 1

En la ciudad de Cádiz, siendo las… Justo en aquel instante en el que en la radio se oían aquellas palabras salió precipitadamente de la habitación. No podía seguir escuchando, no soportaba más la tensión. Su corazón latía desbocado y un sudor frío recorría su espalda. No era solo carnaval, poco importaban ya los sueños e ilusiones que había puesto en aquel proyecto, tampoco era ya una cuestión legal, se trataba de algo mucho más importante. Aquello se había convertido en un asunto de vida o muerte. Salió a la calle, se encendió un cigarro y por unos momentos su mente perturbada por los acontecimientos buscó consuelo retrocediendo en el tiempo y recordó todas esas veces que había escuchado antes esa frase. Aquellas palabras que anunciaban el veredicto en cada fase de aquel concurso que desde que tenía uso de razón había visto año tras año y que esperaba con ansias todo el año entero. Un concurso en el que participaban coros, comparsas, chirigotas y cuartetos y cuyas coplas se aprendía a base de volverlas a escuchar día tras día. Sus pensamientos se detuvieron en aquella final del año 2012, tenía doce años y no era la primera final que veía con su abuelo, tampoco sería la última, pero seguramente fue el punto de inflexión que marcaría el devenir de su vida. El jurado había hecho acto de presencia en el escenario para dar su veredicto y a pesar de que ya eran altas horas de la madrugada, había aguantado estoicamente toda la final sin perderse ni un solo detalle. Igual que cualquier niño de doce años puede tener como ídolos a futbolistas, cantantes o actores famosos, él tenía como ídolos a aquellos que participaban en ese concurso del COAC (Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas). Conocía a todos los autores y a la mayoría de componentes de aquellas agrupaciones y su sueño era, por supuesto, llegar a ser algún día como ellos y defender un repertorio en las tablas del Gran Teatro Falla. Una aspiración muy recurrente entre los niños que viven en Cádiz y respiran ese ambiente de carnaval que por febrero inunda las calles de esa tierra que llaman la «Tacita de Plata», sin embargo, se vuelve un hecho curioso teniendo en cuenta que el por entonces llamado Paquito nació y vivía a más de mil kilómetros de Cádiz. Su abuelo Paco, un gaditano carnavalero, fue de quién heredó, a parte del nombre, esa pasión. Paco, en otros tiempos, había sido director de agrupaciones de carnaval allá por el sur. Sus grupos nunca llegaron al nivel de esos otros que tanto gustaban a su nieto, pero no faltaba ni un año a su cita con el teatro allá por el mes de febrero hasta que, unos carnavales, una santanderina conquistó su corazón y, viendo la escasez de trabajo en su ciudad natal, decidió emigrar con su amada a Cantabria en busca de un futuro mejor dejando tristemente atrás Cádiz y su carnaval. Aquella noche de viernes de febrero del año 2012, abuelo y nieto, como ya era tradición, habían visto juntos la final tomando frutos secos y algún refresco mientras comentaban lo impactante que podían llegar a ser algunas letras y la trascendencia que podían llegar a tener. Escribir carnaval, le solía decir su abuelo, no era solo rimar unos versos sino que muchas veces se hacía necesario revelar una opinión con la que el público podía o no estar de acuerdo y que incluso podía llegar a influenciarlo y eso suponía una gran responsabilidad. También habían tenido sus diferencias a la hora de hablar de sus agrupaciones favoritas de aquel año: «La Serenissima», que había quedado en segundo lugar, no convencía al señor Paco, al que no le gustaba ese lenguaje seudoitaliano que habían usado en su repertorio, mientras que a Paquito le encantó dicha agrupación. En lo que sí coincidieron los dos fue a la hora de emocionarse con una letra de «Los duendes coloraos» que, por lo delicado y duro del tema que trataba, la incesante búsqueda de un abuelo para hallar a su nieta desaparecida, les había llegado al corazón: 

 

Dicen que hay un abuelo coraje que anda por Sevilla

que aún le quedan fuerzas pa buscar a su niña

dicen que hay un abuelo en Sevilla que cada mañana

se despierta y salta de la cama y se tira a la calle a buscarla

se bebe el río, todo un vertedero y lo que haga falta

hay un abuelo en Sevilla que antes de morirse tiene que encontrarla

la policía igual que la guardia civil ya se rindieron ya se dieron por vencíos

él no se rinde él tiene fuerzas para seguir buscando el cuerpo que esos niños han escondío

si tiene que escarbar la tierra pa encontrarlo levanta Sevilla con sus propias manos

dicen que hay un abuelo coraje que anda por Sevilla

viviendo una pesadilla buscando en los descampaos y en cualquier cuneta algún rastro de su nieta

lo del juicio ya sabe hace tiempo que está to perdío

y no cree en la justicia porque con su nieta justicia no ha habío

dicen que hay un abuelo en Sevilla dispuesto a luchar

que viendo a su hija viviendo un calvario

traga saliva y no se resigna no piensa parar que no va a quedarse de brazos cruzaos

que se bebe el río todo un vertedero y lo que haga falta

buscando a su niña buscando a su nieta buscando a su Marta.

 

El jurado había terminado de anunciar los premios, eran más de las seis de la mañana y tras comentar brevemente los resultados ambos se dirigían a sus respectivas habitaciones. De repente sonó el teléfono móvil del señor Paco, en la pantalla no aparecía ningún número. —¿Quién es? Dígame. Una voz femenina pronunció temerosa unas palabras antes de colgar: —Sabía que estarías despierto, todavía te recuerdo.

Capítulo 2

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